TULSA, EUA, 22 de junio.-La campaña de Donald Trump esperaba el sábado 19.000 personas dentro del BOK Arena, en la ciudad de Tulsa, en Oklahoma, y 40.000 fuera. Era el primer mitin del presidente tras 110 días de coronavirus y el regreso de Trump a los escenarios, se suponía, iba a tener un impacto similar a una reunión de, por ejemplo, Pink Floyd. En internet se habían descargado más de un millón de entradas al evento.
La expectación era tal que, por primera vez, la campaña del presidente había planeado no uno, sino dos discursos del jefe del Estado y del Gobierno: uno fuera del BOK Arena, y otro, el más importante, dentro. “Es la mayor suscripción de entradas a un mitin de todos los tiempos. El sábado va a ser increíble”, declaró el jefe de campaña de Trump, Brad Parscale, en Twitter, seis días antes del evento.
Pero algo falló. Ninguno de los 40.000 seguidores que se esperaban fuera del recinto apareció. Dentro, solo hubo 6.200, según datos del Departamento de Bomberos de Tulsa, que no contabilizó a la organización, los periodistas, y, tampoco, a los donantes que habían sido agraciados con un palco. Fue un pinchazo espectacular, por muchas razones.
La más obvia, porque arroja dudas acerca de la popularidad de Donald Trump. En todas las encuestas de las últimas tres semanas, tras el estallido de violencia y protestas desatado por la muerte del afroamericano George Floyd a manos del policía blanco Derek Chauvin, en Minneapolis, el presidente ya va entre 8 y 14 puntos en las encuestas por detrás del aspirante demócrata, Joe Biden. Y, desde principios de este mes, por primera vez las casas de apuestas dan como favorito a Biden.
Pero también es verdad que Trump no ha perdido popularidad entre sus fieles, y que su popularidad, en el 41,5%, aunque baja, no se encuentra en mínimos, según los datos de la web de periodismo de datos FiveThirtyEight. Es más, Trump es una máquina de dar mítines. Prácticamente siempre abarrota los polideportivos en los que habla, y miles de personas tienen que seguirle desde pantallas de vídeo gigantes colocadas en el exterior. Eso es algo que se aplica lo mismo en la glacial Des Moines, en Iowa, en enero que en el húmedo Orlando, en Florida, en junio.
¿Qué pasó entonces? La campaña de Trump se apresuró a culpar del fracaso a una amplia gama de sospechosos. Algunos de ellos, los esperados: la prensa, diseminadora de noticias falsas, y los famosos “antifa”, un término acuñado en 2017 por el canal de noticias ruso RT para definir a grupos de ultraizquierda.
Otros posibles responsables revelan la capacidad de internet y las redes sociales para dinamitar el marketing político más sofisticado. En este último grupo destacan los grupos de KPop, es decir, bandas coreanas de pop para adolescentes, que tienen una enorme popularidad en Asia y ahora están entrando también con fuerza en Estados Unidos. Según una parte de los seguidores de Trump, y también de sus adversarios, como la congresista demócrata Alexandria Ocasio-Cortez, los ‘fans’ de esta música fueron convocados a través de la red social Tik-Tok para reservar una cantidad masiva de entradas al evento. Fuera lo que fuera, el fracaso también pone de manifiesto una inesperada vulnerabilidad en la campaña de Donald Trump, que hasta la fecha ha demostrado, como ya lo hizo en 2016, una increíble capacidad de movilización a través de internet. En esta ocasión, internet se la jugó a Parscale, cuya continuidad en el puesto parece cada día un poco más precaria. Porque, si hay algo que le gusta al presidente de EEUU a un nivel personal son los mítines multitudinarios.
Aun así, 6.200 personas no debería ser una mala cifra. Ante su público, Trump se mostró más teatral que de costumbre. Y más desafiante. Dijo que había ordenado a “su gente” que hicieran menos pruebas para detectar el coronavirus y así reducir el número de casos en el país. Se pasó diez minutos al inicio del mitin escenificando su visita a West Point, y cómo su lenta bajada por una rampa en la Academia Militar y sus aparentes problemas para beber un vaso de agua fueron consecuencia de que llevaba horas bajo el sol, y de la importancia de cuidar sus “zapatos con suela de cuero” y sus “corbatas de seda”. Y repartió ataques a su rival, Joen Biden, pese a que el público parecía más centrado en Hillary Clinton, que le disputó las elecciones en 2016.
Igualmente notable fue lo que Trump no mencionó. No hizo referencia a los disturbios raciales. Ni, por supuesto, al cese de Geoffrey Berman, el fiscal que investiga a su aliado, Rudy Giuliani, en Nueva York. Un cese que, para Brett Bruen, ex alto cargo del Gobierno de Obama y actual presidente de la consultora de comunicación Global Situation Room, es “un signo de tensión y desintegración de nuestras instituciones”. Al final, el discurso de Trump fue como una reunión de Pink Floyd: un repaso de grandes éxitos. Pero con mucho menos público del esperado.
El Mundo