Según cuenta el escritor y exvicepresidente sandinista Sergio Ramírez en una de sus entrevistas con Efe, el actual presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, que lleva casi 15 años consecutivos en el poder y se prepara mejor que nunca para otros cinco tras las elecciones del próximo 7 de noviembre, era el que menos preparado estaba y menos aspiraciones tenía tras el revolucionario derrocamiento del dictador Anastasio Somoza en 1979.
“En aquellos momentos había que elegir a alguien y nos decidimos por el que menos competía”, explica Ramírez en referencia a la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional que encabezó el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) tras la victoria de la revolución sandinista en 1979 y de la que él era miembro junto a Ortega, que la coordinó.
De los “nueve comandantes” que eligieron a uno para representarlos en la Junta de Gobierno, Ortega era “el peor preparado, el menos carismático y, con diferencia, el orador más aburrido” entre los dirigentes del FSLN, admite Ramírez.
Ramírez, hoy dedicado enteramente a la literatura, perseguido en su país y exiliado en España, es una de las personas que mejor conoce los orígenes de Ortega, de quien, además de compañero durante la lucha contra Somoza, fue su vicepresidente de 1985 a 1990, el primer mandato presidencial del actual gobernante nicaragüense.
También recuerda Ramírez, en el capítulo Una Fábrica de Espejismos del libro El Estallido de los Populismos, el confeso desprecio de Ortega por las elecciones democráticas y las libertades políticas.
“En las democracias que nos han impuesto a nosotros, desde el momento que se propician partidos se está propiciando la división de los pueblos (…) el pluripartidismo no es más que una manera de dividir a nuestros pueblos (…) las elecciones en las democracias impuestas por Occidente, son impuestas porque ahí están los yanquis, los europeos. ¿Por qué? Porque es la mejor manera de dominarnos”.
Esas son palabras pronunciadas por Ortega durante una intervención en la televisión de Cuba en abril de 2009 en su condición de presidente de Nicaragua, recuerda Ramírez.
Estos recuerdos, entre otros, del intelectual nicaragüense, sirven para entender el carácter político de Ortega y, en parte, por qué, a los 76 años de edad que cumplirá el próximo 11 de noviembre, se ha lanzado, con más ímpetu y certeza que nunca, a conquistar su quinto mandato presidencial y cuarto consecutivo.
De guerrillero asaltador de bancos a líder con vocación dictatorial
EN 1967, siendo ya miembro de la Dirección Nacional del FSLN, Ortega fue detenido y condenado a siete años de cárcel acusado de participar en el asalto a un banco. Salió de prisión el 27 de diciembre de 1974 gracias a la acción de un comando sandinista que había hecho rehenes a varios ministros y diplomáticos y exigió y consiguió su liberación y la de otros correligionarios a cambio de entregar a los secuestrados.
Tras el triunfo de la revolución sandinista, el 19 de julio de 1979, entró a formar parte de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional, que coordinó hasta 1984.
El 4 de noviembre de 1984 se celebraron elecciones, en las que triunfó el Frente Sandinista, y el 10 de enero de 1985 Ortega tomó posesión como presidente del país.
En noviembre de 1986 la Asamblea Nacional aprobó la nueva Constitución y horas después de su promulgación, el 10 de enero de 1987, suspendió las principales libertades “para garantizar la seguridad nacional”, lo que más tarde consiguió frenar la presión de la comunidad internacional.
A partir de ahí, mientras el FSLN se precipitaba hacia una división interna irreconciliable de la que acabó reducido al poder absoluto de Ortega, esté perdió de forma contundente tres elecciones presidenciales consecutivas, las de 1990 frente a Violeta Chamorro; las de 1996, frente a Arnoldo Alemán; y las de 2001, frente a Enrique Bolaños. En todos los casos, Ortega denunció fraude electoral.
Con el país sumido en una grave crisis económica e institucional, finalmente Ortega consiguió ganar las elecciones presidenciales de 2006 tras una alianza con el expresidente Alemán, que había sido condenado a 20 años de cárcel por corrupción y al que acabó amnistiando, y comenzó a construir la arquitectura constitucional y electoral que le ha permitido permanecer en el poder hasta la actualidad y convertir a su familia en una de las empresas más acaudaladas del país.
Las promesas incumplidas y las protestas de 2018
Tras más de 10 años en el poder con el resultado de un grave deterioro económico y social del país, una colección de fastuosas promesas de infraestructuras por unos 25 mil millones de dólares incumplidas, entre ellas la construcción de una canal interoceánico, cuyas obras llegó a inaugurar teatralmente, y un acelerado proceso de desmantelamiento del Estado de Derecho, estallaron las multitudinarias protestas callejeras de 2018.
Esas protestas sirvieron para que Ortega diera una vuelta más de tuerca y recurriera directamente a la represión activa y violenta de cara a las elecciones del 7 de noviembre de 2021.
Cientos de muertes y miles de heridos y detenidos en esas protestas, un diálogo constantemente saboteado desde el Gobierno, siete aspirantes a candidatos presidenciales entre otras muchos personajes de la empresa privada, la cultura o el periodismo detenidos bajo acusaciones difícilmente sostenibles, y un éxodo de ciudadanos huyendo de su país por miedo.
Ese es el paisaje fabricado por Ortega para las elecciones del próximo domingo, en las que únicamente se enfrenta a lo que en Nicaragua llaman “candidatos de zacate”, en referencia a lo que son muñecos de paja.
Con información de EFE
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