El 26 de julio de 1947, cuando el presidente estadounidense Harry S. Truman ratificó la Ley de Seguridad Nacional, abrió la puerta a la creación de la Agencia Nacional de Inteligencia (CIA) y con ella posibilitó 75 años de espionaje rodeados también de mitos y conspiración.
Esa normativa tardó dos meses en entrar en vigor y sentó la base del que se convertiría en el mayor y más poderoso servicio de inteligencia del mundo, que tomó a su vez el testigo de la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS).
En este tiempo, según indicó este 8 de julio el actual mandatario, Joe Biden, “ha evolucionado para anticipar y responder a las amenazas emergentes desde los inicios de la Guerra Fría hasta la lucha contra el terrorismo” y para facilitar el poder afrontar la competencia china y los nuevos retos que han remodelado el mundo, desde las nuevas tecnologías hasta las pandemias.
La propia CIA presume de “conseguir lo que otros no logran y llegar adonde otros no pueden ir”, y tiene como núcleo de su misión recabar la información que permita a los sucesivos presidentes mantener a salvo el país.
Pero todo lo que la rodea es “top secret” y como tal sujeto a críticas y suspicacias. “Tiene el inusual problema de ser un servicio secreto de inteligencia en una sociedad democrática abierta”, cuenta a Efe el experto estadounidense Tim Weiner.
El autor del libro “Legado de cenizas. Historia de la CIA”, defiende que para conocer al enemigo es necesario tanto hablar con él como espiarlo, y en su relato apunta que así como los triunfos de la agencia “han ahorrado sangre y riqueza, sus errores han derrochado ambas cosas”.
Éxitos y fracasos
La CIA puede enorgullecerse de cantar victoria en la operación encubierta que desembocó en el golpe de Estado en Guatemala de 1954 contra el Gobierno democráticamente electo de Jacobo Árbenz Guzmán, contrario a Washington, o del dispositivo que dio caza al mítico guerrillero argentino Ernesto “Che” Guevara en Bolivia en 1967.
Pero no anticipó los ataques de Al Qaeda el 11 de septiembre de 2001 contra las Torres Gemelas y el Pentágono (11S) y erró en sus conclusiones sobre las armas de destrucción masiva en Irak, que resultaron infundadas.
“Nos equivocamos. Sabíamos que Al Qaeda era un problema, pero no hasta qué punto. Ahora ya lo sabemos”, admite a Efe, quien fuera su director general de 2006 a 2009, Michael Hayden, que tuvo como eje de su trabajo la lucha contra esa organización yihadista y asumió el cargo tres años después de la invasión estadounidense de Irak, justificada por ese supuesto armamento.
Irak y el 11S no han sido los momentos más bajos de la biografía de una agencia que llega este 2022 a los 75 años. Aunque tiene prohibido actuar en territorio nacional, el uso partidista que hicieron de ella presidentes como Richard Nixon (1969-1974) la llevaron a poner su foco en ciudadanos estadounidenses.
Tampoco se libró de la polémica por el programa de interrogatorios instaurado por la Administración de George W. Bush (2001-2009), en el que se incluían técnicas de ahogamiento simulado, humillaciones, privación de sueño y golpes.
“Mucha gente dice que no deberíamos haberlo hecho, pero después del 11S todo el mundo decía ‘háganlo, háganlo’”, recuerda Hayden, para quien en ese momento el objetivo era más importante que las consideraciones sobre los métodos para conseguirlo.
Los informes certeros sobre las intenciones del presidente ruso, Vladímir Putin, antes de que el 24 de febrero lanzara su invasión de Ucrania han contribuido a encaminar a una agencia cuya prioridad, según ambos expertos, se ha alejado del terrorismo para enfocarse en Rusia y China.
La desclasificación de datos sobre la estrategia rusa acercaron además al público una labor que, sin embargo, se mantiene voluntariamente opaca y alimenta con ello el imaginario colectivo.
La imagen de un agente que vuela a una capital extranjera, se toma un Martini, se acuesta con alguien, derroca un gobierno y se va en un avión a medianoche es un mito. La CIA es un aparato burocrático gigantesco de entre 20 mil y 25 mil personas y solo unos pocos miles llevan a cabo operaciones fuera”, destaca Weiner.
El avance de las nuevas tecnologías ha facilitado su trabajo, pero también la ha puesto en el blanco de sus propios enemigos. Con todo, según concluye el también reportero, puede mirar con la cabeza alta al futuro: “¿Está ahora mejor preparada? Me gustaría decir que sí”.
Con información de EFE
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