CIUDAD DE MÉXICO, 11 de Junio de 2016.- Hoy tiene 32 años y forma parte del 1.5% de habitantes de la Ciudad de México que hablan alguna lengua indígena. De acuerdo con los datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), esto equivale a unas 134 mil personas, de las cuales alrededor de 40 mil tienen al náhuatl como su lengua materna. De tez morena y ojos grisáceos, Alberto nació en Milpa Alta, la delegación del suroriente de la Ciudad de México en la que se concentra la mayor cantidad de indígenas. Su madre, de origen mazahua, y su padre, náhuatl, llegaron ahí desde el Estado de México. Tras establecerse, criaron seis hijos en un paisaje formado por bosques, montes y volcanes dormidos.
Alberto es el mayor de sus hermanos y cuenta que fue su abuela paterna, Natalia, quien le enseñó náhuatl, una lengua que él se ha esforzado por difundir y defender de la discriminación y el olvid, luego de que, desde que era niño, ha visto cómo los hablantes de esa lengua son orillados a dejar de lado sus raíces. Cuando Alberto iba a la primaria, por ejemplo, él y sus hermanos eran discriminados por maestros y compañeros, mientras que sus padres tuvieron que cambiar su forma de vida y salir de su entorno para poder trabajar.
“‘Ahí va el totonaca’, me gritaban. No sabían que yo no pertenecía a esa cultura, pero lo decían con la intención de denigrarme, como si realmente fuera un insulto”, comenta Alberto.
Años después, las cifras indican que se mantiene la situación de desventaja de la población indígena. De acuerdo con la Encuesta sobre Discriminación de la Ciudad de México, elaborada por el Consejo para Prevenir y Eliminar la Discriminación local (Copred), los indígenas son el grupo más discriminado dentro de la capital. Según la medición, nueve de cada 10 encuestados los consideraron las personas más vulnerables, una situación que se agrava si la persona en cuestión tiene otras características como ser pobre, tener piel oscura o carecer de estudios.
“La lengua mexicana”
Durante la adolescencia, Alberto empezó a cuestionarse sobre qué debía hacer, cómo debía actuar y qué camino debía tomar para encontrarse a sí mismo y fue así que, cuando su abuela perdió la memoria, comenzó a recorrer comunidades aledañas en busca de personas que siguieran fomentando el uso del náhuatl. En el poblado milpaltense de Santa Ana Tlacotenco, por ejemplo, halló a un grupo de ancianos que enseñaban la lengua de forma gratuita, con el único propósito de evitar que desapareciera. Tras observar este ejemplo, Alberto se planteó la meta de llegar a la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para impulsar medidas que evitaran que otros niños fueran discriminados por su color de piel o forma de hablar, pero se dio cuenta de que antes tenía un largo camino que cruzar.
Entonces, cursó la carrera de Arte y Patrimonio Cultural en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) y empezó a buscar medios y espacios para preservar el náhuatl.
“He tocado puertas en todos lados en búsqueda de apoyo institucional para reforzar la difusión y el aprendizaje de esta lengua que es nuestro patrimonio, que tiene más valor que tener negocios y dinero, pero desafortunadamente el interés es muy poco y estoy prácticamente solo difundiendo de dónde venimos”, dice.
A la fecha, Alberto ya cumplió seis años dando clases a niños, jóvenes y adultos. Muchas de las clases que imparte son gratuitas porque, asegura, esa es su forma de retribuir lo que él mismo recibió como legado. Explica que también lo hace porque considera que de esa manera pone de su parte para salvar “la lengua mexicana”, conformada por palabras que describe como suaves, sonoras, pausadas y, a la vez, un fragmento clave de la historia del país.
“El que no conoce no ama y el que no ama no defiende”, dice Alberto, y al recordar a los viejos que lo inspiraron en la adolescencia agrega: “Ahora ellos están falleciendo y yo estoy tomando su bandera”. (FUENTE: El animal político)

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