JOSÉ MARÍA MORELOS, Quintana Roo, 09 de diciembre. – La percepción de que México es un país con bajos índices de lectura se mantiene como un tema recurrente en el debate cultural, reforzada por cifras oficiales. Un indicador reciente del INEGI (2024) reportó un promedio de apenas 3.2 libros leídos por habitante al año, dato que alimenta la inquietud sobre el hábito lector nacional.
Sin embargo, esta medición podría no reflejar la realidad completa, especialmente al excluir nuevas formas de consumo textual. De acuerdo con el profesor Guillermo Talavera Lucero, mediador de la Sala de Lectura “Libros en Cautiverio”, en México sí se lee, pero el problema radica en la falta de selectividad respecto a los contenidos.
“Sí leemos mucho, pero no somos selectivos a la hora de elegir qué leemos. Nos pasamos leyendo los anuncios que vemos en la calle, cuando vamos en el coche; en cualquier lugar leemos todo lo que se acerca, pero no somos selectivos”, afirmó el promotor cultural.
Talavera explicó que la lectura se ha desplazado hacia pantallas, redes sociales y publicidad urbana. Aunque estos consumos son constantes, no suelen considerarse en las métricas que evalúan únicamente libros impresos o electrónicos.
Ante este panorama, promotores y mediadores de lectura trabajan en estrategias para orientar a la población hacia textos de mayor profundidad y relevancia, mostrando la diversidad literaria disponible y fomentando decisiones de lectura más críticas.
El especialista destacó además factores estructurales que dificultan la formación de un hábito lector sólido, particularmente fuera de las grandes ciudades. Entre ellos, la ausencia de librerías en zonas rurales, lo que limita el acceso directo a novedades editoriales, y la accesibilidad restringida a bibliotecas, cuyo funcionamiento no siempre se adapta a quienes solo pueden dedicar breves momentos del día a la lectura, lo que favorece optar por contenidos rápidos en dispositivos móviles.
La clave para elevar el índice de lectura de libros, coincidió, podría estar en ampliar el acceso a materiales físicos y, sobre todo, en educar al público para desarrollar criterios de selección más conscientes frente a la gran cantidad de textos que consumen diariamente en sus pantallas y en el entorno urbano.

Los comentarios están cerrados.