CIUDAD DE MÉXICO, 23 de septiembre.- Todos los mexicanos hemos soñado, en cierto momento, escribir un libro como éste”, anotó Alfonso Reyes en el Prólogo de Picardía mexicana. Al ensayista lo había contactado Armando Jiménez (1917-2010) para protegerse, con sus palabras, de la censura y la condena que podía suscitar la aparición de su libro en plena década de los 60, cuando todavía existía la Liga de la Decencia y “dos o tres” autores que antes habían intentado publicar “vulgaridades” cayeron en la cárcel.
Jiménez, quien hasta antes se había dedicado a la arquitectura, publicó por primera vez el 15 de septiembre de 1960 su célebre Picardía mexicana, un libro que abordó abiertamente el albur y la manera de hablar del mexicano, “sin pelos en la lengua”. La obra rápidamente se convirtió en éxito editorial —en el año de su lanzamiento ya llevaba cuatro reediciones— y de ella se ocuparon decenas de intelectuales como Emanuel Carballo, Rosario Castellanos, Gabriel García Márquez y Alí Chumacero, entre muchos más.
“Mi papá conocía a dos o tres que habían intentado publicar algo similar a su libro y que habían acabado en la cárcel, así de grave era la censura en ese momento. Ese era uno de los grandes miedos de mi papá, entonces se le ocurrió que una manera de ampararse era buscar eruditos en los diferentes campos del conocimiento, opiniones que pidió a la crema y nata de la cultura de entonces”, cuenta Armando Jiménez hijo.
El libro apareció en su primera edición con las solapas llenas de opiniones de intelectuales y con cinco postemios —“unos textos muy extensos y aburridos”— que fueron el socorro de Jiménez. “Eran como su amparo por si se iban legalmente contra el libro, contra el autor por obsceno, por grosero, por faltas a la moral; así se iban a llevar de tajo a las máximas autoridades de la cultura del país, fue una buena jugada incluir esos estudios. Algunos, aunque son textos muy breves, avalaban el contenido del libro”, agrega.
Cincuenta y seis años después de la aparición de la obra, que se editó ininterrumpidamente hasta 2007 alcanzando más de 150 reediciones, Editorial RM publica de manera facsimilar la Picardía mexicana, de Jiménez. Se trata de una versión basada al 90% en los pliegos originales de la primera edición, que conservó el también llamado Gallito inglés, y el resto tomado de las anotaciones manuscritas que el mismo autor hizo a una edición de 1972. La obra aparece con las mismas dimensiones que tuvo en su primer momento y se ha tratado de imitar el tono y textura del papel, así como las tintas originales que se aplicaron a los dibujos y frases del habla popular.
SIN REGALÍAS
Jiménez registró los derechos de Picardía mexicana en 1958, pero su aparición sucedió dos años después. Cuando llegó a las manos de los impresores de Costa-Amic, le advirtieron que no esperara regalías. La editorial se la estaba jugando por partida doble: por el contenido del libro y porque su autor era, hasta ese momento, un desconocido. “Mi papá no lo esperaba; el tema que tocaba eran palabras obscenas, sexualidad, albures y fue una sorpresa que pegara tan bien”, recuerda su hijo.
La primera edición apareció el 15 de septiembre de 1960 y la segunda está fechada el 18 de septiembre. La tercera salió de la imprenta en noviembre del mismo año y, para 1966, el libro ya llevaba 26 reediciones. “Antes de publicarse, el editor Bartolomeu Costa-Amic ya tenía más pedidos, fue un caso raro y un poco lo que marcó la historia del libro”. Jiménez se volvió una celebridad y Picardía mexicana cambió su vida para siempre. Dejó la arquitectura y se dedicó enteramente a la literatura.
También cambiaron las condiciones que le ofreció la editorial al inicio. Para la tercera edición le convidaron un porcentaje de las ventas como regalías, “nunca nada más allá de lo normal, siempre entre el 8 y 12 por ciento como a cualquier autor”. Pero el mismo Jiménez, recuerda su hijo, se jactaba de ser el único escritor que vivía al cien por ciento de lo que escribía, “ni Octavio Paz ni Novo, ni el propio Reyes; ellos siempre tuvieron trabajos en embajadas, en bibliotecas o en otros lugares”.
Las primeras cinco o seis ediciones siguieron apareciendo bajo el sello de Costa-Amic, que por entonces estaba integrado por los exiliados españoles Bartolomeu Costa-Amic y Fidel Miró, pero quiso el destino que la sociedad de los catalanes se disolviera y debieron resolver quién se quedaba con la Picardía de Jiménez. Su hijo explica que entonces llegaron a un acuerdo: Costa-Amic publicaría las reediciones pares y Editores Mexicanos Unidos, que era de Miró, las nones. Así, siguió apareciendo el libro durante unos 15 o 18 años.
Cuando fallecieron Costa -Amic y Miró, Armando Jiménez decidió pasarse a Editorial Diana, luego publicó su libro en Grijalbo, Plaza y Valdés, que luego se convirtió en Plaza y Janés, y finalmente, en Planeta, hasta que el libro alcanzó más de 150 reediciones en 2007, cuando el autor tenía 90 años. Su hijo recuerda que, para entonces, su padre estaba muy enojado con los editores, quienes cambiaron el formato del libro, así como la calidad que siempre exigió (era un volumen lleno de innovaciones de diseño, como el uso de diferentes tipografías y tintas, ilustraciones de Alberto Beltrán y Leopoldo Méndez, e incluso páginas rotas a propósito), así que no permitió más reediciones.
BOHEMIO INTERNO
Cuando Armando Jiménez abandonó su carrera como proyectista, se convirtió en un cronista de la calle. Además de su Picardía mexicana publicó 12 libros en los que se ocupó sobre todo de la cultura popular: de sus bares, cantinas, pulquerías, billares u hoteles de paso. El autor era un conocedor de ese mundo marginal, que conoció a fuerza de recorrerlo. Jiménez hijo dice que, sin embargo, después de la aparición de Picardía mexicana ya no fue tan bohemio.
El libro lo publicó cuando ya tenía más de 40 años. “Yo creo que seguía siendo un bohemio, pero más en lo interior; en lo exterior creo que combinó muy bien el ser padre de familia y ser figura pública. La gente lo buscaba para hacerle entrevistas, le gustaba viajar y siempre llevaba como acompañante a mi mamá o alguno de sus hijos, pero en la práctica yo creo que antes de publicar el libro era más bohemio”. Por la misma época que apareció su libro más célebre también se casó y compró una casa en el pueblo viejo de Tlalpan.
De niño había crecido en el barrio de la Guerrero, aunque nació en Coahuila, y buena parte de su vida la vivió en la colonia Roma. “Yo nunca lo vi tomar más de dos tequilas, nunca lo vi borracho; era arrítmico, por lo que no podía tomar mucho. Le gustaba cantar, aunque no tocaba nada; no fumó, fue deportista toda su vida”. Jiménez hijo dice que su padre le dio carrera universitaria a sus seis hijos. Cuatro de ellos se fueron a vivir a Chiapas, donde se dedican a la publicidad exterior, y allá llevaron al papá, donde falleció el 2 de julio de 2010.
¿Pero no echaba albures? “Sí, pero era muy fino. El albur puede ser sutil o grotesco; a mi padre le tenían miedo porque podían soltarle una lista de albures y él, con una sola palabra, los callaba, aunque no tenía esa agilidad mental que es indispensable para el albur, decía que no sólo se trataba de usar la palabra correcta sino tener fluidez. En la casa jamás dijo groserías, incluso a más de uno de mis hermanos nos tocó que nos lavaran la boca con jabón por decir palabrotas. Él tenía más que nada gusto por la cultura popular, se decía a sí mismo un mexicanista”, recuerda su hijo. (FUENTE: El Excélsior)
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