Aunque consiguió eludir la responsabilidad por dos matanzas estudiantiles, el expresidente Luis Echeverría, muerto la noche del viernes a los 100 años, deja un oscuro legado de represión que los movimientos sociales del país ni olvidan ni perdonan.
Echeverría, nacido en Ciudad de México en 1922, era secretario de Gobernación durante la Presidencia de Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970), cuando el Gobierno aplastó militarmente al movimiento estudiantil concentrado en la plaza de Tlatelolco el fatídico 2 de octubre de 1968 con una cifra desconocida de muertos.
Díaz Ordaz asumió la “responsabilidad política” de la masacre allanando el camino para que Echeverría asumiera el liderazgo del entonces hegemónico Partido Revolucionario Institucional (PRI) y lo sucediera al frente de la Presidencia de México entre 1970 y 1976.
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Pero la historia se repitió bajo su mandato. El 10 de junio de 1971, en Jueves de Corpus, un grupo paramilitar progubernamental llamado Los Halcones masacró una manifestación estudiantil que desfilaba a través de la capital mexicana.
En el año 2009, un Echeverría ya octogenario y retirado de la política fue exonerado del delito de genocidio por la matanza del 68 tras un largo pleito judicial de cuatro años iniciado por la fiscalía mexicana.
También fue acusado por la fiscalía como responsable de la matanza de El Halconazo, pero en 2005 fue exonerado por un tribunal.
Sin embargo, supervivientes de la represión contra el movimiento estudiantil han seguido reclamando hasta hoy que se reactiven los procedimientos judiciales contra Echeverría y contra los generales de alto mando que participaron en las matanzas.
De hecho, Echeverría es continuamente señalado y repudiado en las manifestaciones universitarias, sobretodo en la tradicional marcha estudiantil que cada 2 de octubre atraviesa la capital mexicana exigiendo justicia por la matanza de Tlatelolco.
Los analistas coinciden en que Echeverría fue uno de los artífices del sistema autoritario instaurado por el PRI, formación que gobernó el país hasta el año 2000 y que impulsó la llamada “guerra sucia” contra la disidencia política.
Durante la presidencia de Echeverría, varios grupos guerrilleros de tinte comunista cometieron secuestros contra empresarios e incluso raptaron al propio suegro del mandatario.
El entonces presidente respondió a estos grupos con mano dura, desatando un combate que dejó a decenas de muertos y cientos de desaparecidos, entre guerrilleros y líderes sociales.
Además, instauró una dura política de censura contra los medios de comunicación, siendo especialmente conocido el golpe contra el periódico Excélsior, que fue saboteado por el Gobierno hasta lograr la salida de Julio Scherer de la dirección.
Incluso llegó a prohibir los festivales de rock y la venta de discos de este género musical por su carácter contestatario, acusando a las bandas roqueras de traidores a la patria.
Los delirios de grandeza de Echeverría llegaron a tal punto que incluso llegó a amenazar con cerrar Coca-Cola en México si la empresa no revelaba la fórmula de su refresco, según aseguró el exdirectivo de la firma y también expresidente mexicano Vicente Fox.
Paradójicamente, a Echeverría le gustaba presumir de progresista en el exterior, y fue un firme defensor de la Cuba de Fidel Castro y del Chile de Salvador Allende, así como acogió a numerosos suramericanos perseguidos por las dictaduras militares del Cono Sur.
Y su esposa, Esther Zuno, se caracterizó por promocionar las expresiones culturales autóctonas mexicanas y se hacía llamar “compañera”, al estilo de las comunistas cubanas.
Echeverría fue sucedido al frente de la Presidencia de México en 1976 por su secretario de Hacienda y amigo de juventud, José López Portillo, quien recibió un país endeudado y azotado por la crisis del petróleo.
En un último coletazo de megalomanía, Echeverría trató de asumir la Secretaría General de Naciones Unidas, pero fracasó en su intento.
Calvo, con rostro serio y gafas de aumento, Echeverría era conocido por tener un carácter arrogante con sus colaboradores y por ser extremadamente trabajador y disciplinado, pues era el primero en llegar y el último en salir de su oficina.
Con información de EFE
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