CIUDAD DE MÉXICO, 21 de agosto.- Hoy en día comprendemos la ecuación cósmica que conduce a eclipses solares como el que se verá este lunes en Norteamérica. Pero un eclipse puede provocar una sensación visceral de asombro incluso entre los más asiduos observadores del cielo, similar al que el fenómeno provocaba mucho antes de ser entendido.
Echemos un vistazo a la manera en que distintas poblaciones del mundo comprendían los eclipses solares, y cómo los usaban para reforzar normas y valores culturales.
Una aberración
“Hay algo que está muy mal. Tenemos que averiguar de qué se trata”.
Esa a menudo era la respuesta de las civilizaciones antiguas cuando comenzaba un eclipse solar, de acuerdo con David Dearborn, un astrofísico del Laboratorio Nacional Lawrence Livermore en California, en especial cuando no sabían que el fenómeno tendría lugar.
“Si eras un griego de la época anterior al entendimiento de los eclipses, pensabas que se trataba de un mal augurio, algo que los dioses te estaban diciendo que habías hecho mal”, dijo. “Si eras chino, pensabas que unos dragones se estaban comiendo el Sol”, añadió. También “si lees Anglo-Saxon Chronicle“, el compendio de historia temprana de los anglosajones, que a pesar de ser “una lectura muy aburrida, si la hojeas, encontrarás muchos ejemplos de eclipses, todos relacionados con cosas malas”, añadió.
Anthony Aveni, un astrónomo cultural y autor del libro In the Shadow of the Moon: The Science, Magic and Mystery of Solar Eclipses, publicado en 2017, dijo que en todas las culturas que ha estudiado los eclipses solares se consideraban “interrupciones” cósmicas.
Mencionó como ejemplo a los indios arapajó, grupo nativo de lo que ahora es Estados Unidos que pensaba que los astros celestes eran hermanos –el hermano Sol y la hermana Luna– y se alarmaba al ver que de pronto los dos convergían. Entonces, según Aveni, se preguntaban: “¿Qué hacen teniendo relaciones sexuales en el cielo?”.
Es comprensible que muchas culturas pensaran que un eclipse anunciaba el apocalipsis.
Los mayas chortís creían que “un eclipse de Sol que durara más de un día provocaría el fin del mundo; los espíritus de los muertos revivirían y se comerían a quienes estuvieran en la Tierra”, dijo vía correo electrónico Susan Milbrath, curadora de arqueología y arte de Latinoamérica en el Museo de Historia Natural de Florida y autora de Star Gods of the Maya: Astronomy in Art, Folklore, and Calendars.
Otros mayas, incluyendo a los yucatecos y lacandones, asociaban los eclipses con la destrucción total, dijo. Los lacandones, que aún viven en lo que ahora es el estado mexicano de Chiapas, esperaban que la Tierra se partiera y emergieran jaguares que “se comerían a la mayoría de la gente”.
El Códice Florentino, manuscrito etnográfico sobre los mexicas del siglo XVI en México, describe un eclipse solar en términos especialmente vívidos:
“Enseguida hay bullicio; se inquieta el hombre; hay alboroto, hay trastorno, hay temor, hay llanto. Levantan el llanto los macehuales; se dan alaridos; hay gritos; hay grita; hay vocerío; hay clamor; se tienden los cascabeles. Son sacrificados albinos; son sacrificados cautivos. Se sangra la gente; se hacen pasar varas por las orejas y en los templos son cantados cantos floridos. Permanece el ruido; permanece la grita. Así se decía: ‘Si acabase, si fuese comido el Sol, todo oscurecerá para siempre, vendrán a bajar las tzitzimime, vendrán a comer gente’”.
Habitantes de la provincia de Shanxi en China viendo el eclipse solar que se apreció ahí en 2009. Credit Reuters
Morder, comer, tragar
Laura Danly, una astrofísica y curadora del Observatorio Griffith, fue una de varios investigadores que señalaron lo frecuente que era que la gente creyera que la causa de los eclipses solares era que una horrible criatura se comía al Sol.
“Es natural pensar algo así si alguna vez has visto uno”, dijo Danly. “Literalmente se ve como si la Luna mordiera al Sol, hasta comérselo por completo”. Puesto que el Sol siempre reaparece, dijo, “a menudo también era parte de la historia que la Luna lo eructaba o vomitaba”.
Una versión intrincada de la historia que contó Danly dice que al Sol se lo comía la cabeza decapitada de un demonio hindú, Rajú. Al dios Vishnu le avisaron el Sol y la Luna que Rajú bebía el elíxir de la vida y, como castigo, Vishnu le cortó la cabeza al demonio antes de que el brebaje bajara por su garganta. La cabeza inmortal se venga de los cuerpos celestes devorándolos pero como no tiene cuerpo, estos emergen de nuevo después de que se los traga.
No todas las leyendas son tan elaboradas. En muchas son los predadores de la región quienes se comen al Sol: en Norteamérica, son perros y coyotes, mientras que en lo que ahora llamamos Vietnam, extrañamente, se trata de una rana gigante.
Un hombre observa un eclipse en Atenas en 2006. Los griegos antiguos creían que los eclipses eran la manera en que los dioses “te decían que habías hecho algo malo”, según un experto. Credit María Marogianni / European Pressphoto Agency
Reforzar las normas culturales
Aveni, el astrónomo cultural, señaló que los mitos ayudaban a las culturas que los propugnaban a reforzar las normas culturales.
Aveni puso como ejemplo que la creencia de los arapajó de que había una cópula entre el Sol y la Luna daba pie a una charla sobre el sexo y el incesto. En los Andes, añadió el astrónomo, un pueblo relacionado con los incas creía que la Luna le susurraba mentiras al oído del Sol durante un eclipse, por lo que estos brindaban la oportunidad de discutir los males asociados con mentir.
“Creo que debemos poner más atención a la manera en que otras culturas en todo el mundo conciben a la naturaleza en lugar de tender, como lo hacemos, a despreciar sus ideas y considerarlas bobas”, dijo Aveni.
Considerar a los eclipses conmovedores —y un poco aterradores— no es una experiencia que haya desaparecido junto con algunos de esos pueblos.
Danly, del Observatorio Griffith, dijo que con el eclipse total de Sol de este lunes tiene la esperanza de experimentar un sentido tan intenso como el que los mitos quizá ayudaban a promover.
“En nuestros días, para otorgarle sentido, realmente tienes que verlo”, dijo. “Es muy bello; te cambia la vida. Y de esa forma nos conecta con lo que nuestros ancestros pudieron haber sentido y experimentado”. (FUENTE: The New York Times)
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