Los Stones en Cuba, una crónica a destiempo (en primera persona)

Por Barrets

PLAYA DEL CARMEN, Quintana Roo, 25 de marzo. – El recuerdo más lejano que tengo de los Rolling Stones data de mi infancia: a mis ocho o diez años veía colgar las lenguas rojas en las playeras de quienes en ese entonces eran el terror de las calles: “los marihuanos”, les decían los adultos bien portados.

La lengua stonera se combinaba con el amarillo del chemo y daban un poco de color a las grisáceas calles de una colonia metida en el corredor industrial del Estado de México en donde crecí.

La banda se rolaba la trascendente tarea de cargar una grabadora al hombro y en ella resonaban rolas del Tri. Seguramente de muchos grupos más que no conocí en ese entonces, pero los Stones estaban incluidos.

Entre los niños del barrio, en los años 80, era común decir “queremos rock”, una frase influenciada por esos entubados pantalones que vestía los chavos banda, que combinaban con los tenis Converse -que en ese entonces sí eran rockers- y con el chaleco de mezclilla con estoperoles.

La iconográfica lengua de los Rolling estuvo muchos años pintada en el muro de piedra que dividía a la zona habitada del barrio y a lo que conocíamos como “el cerro”, donde había, evidentemente, varias hectáreas de pastizales.

Cuando era niño los Stones tenían al menos dos décadas tocando. Nacieron (1962) en medio la Guerra Fría que enfrentó al capitalismo y al socialismo.

A éste bloque político e ideológico acababa de entrar Cuba apenas unos años antes con el triunfo de La Revolución (1959), y cual si fuere una doctrina en la isla se vetó a todo aquello que no fuera socialista, incluida la música anglosajona, y con ello a los Stones.

Tuvieron que pasar más de 50 años para que en marzo del 2016 los ingleses pudieran tocar en una Cuba ávida de contacto con ese tipo de música que mucho tiempo fue prohibida pero escuchada en secreto.

En 2005 Audioslave había hecho la hazaña de tocar en Cuba ante 70 mil personas, pero lo que lograron los Rolling Stones el 25 de marzo del 2016, hace cinco años, fue apoteósico.

La noche del día 24 de marzo y la mañana del 25 del 2016 toda La Habana escupió por doquier el nombre de “Los Rolling”.

Los hoteles y las casas de renta estaban llenas, y había un turismo sin igual en número que incluso Alfredo, un taxista de unos cuarenta y tantos años prefirió ruletear en lugar de ver el histórico concierto porque ese día había “maleta”.

La primera vez que escuché decir que esa tarde del 25 se esperaba a medio millón de personas en La Ciudad Deportiva fue de la boca de Alfredo mientras nos transportaba, a mí a mis amigos, del aeropuerto al centro de la ciudad.

Días después del evento algunos medios internacionales informaron que asistieron 1.2 millones de personas.

Él conocía a “Los Rolling”, pero pudo más su obligación del jale porque hay que pagar refacciones, gasolina, permisos y una renta al gobierno cubano que es el dueño legal del taxi que maneja, como lo es de las tiendas, las fábricas, los hoteles, las calles, la vida.

Es muy parecido a México, donde el Estado es dueño de 16 pesos de cada 100 que obtienes en tu negocio por concepto del IVA, más el ISR en algunos casos.

Cuba y La Revolución

Un día después del concierto, Antonio, un cubano que apenas si rozaba los 40 y que vive a las afueras de La Habana, nos pintó los corazones de Cuba: “en términos generales es un pueblo alegre. Las calles se llenan de bailes y sones especialmente los fines de semana cuando se terminan las obligaciones laborales y estudiantiles. Aunque hay sus detractores, gran parte del pueblo cubano aún aplaude La Revolución”, me contó.

Antonio, como casi todos en la isla, tiene la limitante del dinero, pero gusta de saber que Cuba es un país libre. Es lo que dicen de La Revolución: la sociedad se amalgama en esa identidad revolucionaria.

Antonio esperaba que la visita que hizo Obama la misma semana en que llegaron “Los Rolling” a la isla, fuera el inicio de una apertura comercial; pero se fue Obama y se ha ido su sucesor, Trump y no ha cambiado mucho en ese sentido la isla.

“En específico queremos que el bloqueo económico se levante por completo y que haya un libre comercio que nos quite el control del estado y nos permita acceder a más recursos económicos, porque si todos en Cuba tuvieran un buen dinero todos amarían a La Revolución”, me dijo.

Mientras eso no ocurra a cualquier conductor de bicitaxi que trabaja 12 horas al día se le escuchará refunfuñar contra el gobierno, que requisa la mayoría de lo que ganan.

A muchos que ven a Cuba desde lejos les parece una aberración, casi del tipo dictatorial. Pero a cambio sus ciudadanos tienen los mejores sistemas de salud y de educación en Latinoamérica, y además de manera gratuita.

Blanca, una afable señora que nos ofreció un par de desayunos, también nos contó los sinsabores de La Revolución en todos estos años en el que la ausencia de “Los Rolling” quizá sea el menor de los males:

“La Revolución -platicó- terminó con la segregación racial, y La Revolución le dio educación a la gente negra y los puso como iguales a los blancos, y La Revolución terminó con el analfabetismo, y si “Los Rolling” hubieran ido a la isla bajo el gobierno de Batista los negros no hubieran podido ir”.

Sus satánicas majestades llegaron a Cuba

En el campo empastado de Ciudad Deportiva de La Habana en donde se realizó el concierto, las camisas, banderas alusivas, gorras y corazones que rondaban desde la mañana de ese día estaban teñidos de rojo. Literal.

Había muchos extranjeros que como nosotros habían ido a la isla a presenciar el histórico recital, y estuvieron bajo el sol muchas horas –estuve cerca de ocho horas en el lugar antes de que iniciara el concierto- para tener un buen lugar para presenciar el concierto.

Ya de noche se apagaron las luces y sonaron los acordes de Jumpin Jack Flash y los grupos de cubanos y extranjeros nos quitamos el cansancio con los riffs de las liras y los bailes de Mick Jagger; todos cantaban y brincaban cada vez que llegaba una nueva canción de las 18 que tocaron.

Para quienes nunca habíamos visto a “Los Rolling” no pudo haber otra oportunidad más mágica que esa ocasión. Era como volver a sentir esa emoción que da ir a un primer concierto masivo, tal cual fue ese.

Alrededor había una efusividad y un furor que solo en pocos conciertos he podido notar. En 1999 el tokin que dio Metallica, Pantera y Monster Magnet en el Foro Sol de la Ciudad de México fue igualmente energético, alocado.

Algunos de los que estábamos hasta el tercer nivel del Foro Sol de la Ciudad de México y bastante lejos del escenario quedamos a menos de 30 metros de los músicos y a nivel de piso para cuando Pantera había tocado su primera canción.

En el descontrol las sillas de plástico habían sido amontonadas y luego de descolgarnos dos niveles de gradas dos amigos míos y yo llegamos a una montaña de sillas y desde ahí presenciamos uno de los conciertos más emocionantes que hayan tenido lugar.

También fue en el que me puse marihuano solo con el borregazo, tanto que cuando Metallica subió a tocar tuve que dormir unas cuantas canciones.

Pero con los Stones no hubo ni un olor a marihuana, ahí olía a tabaco, un olor penetrante y seco como solo el habano cubano tiene. Olía a rockandroll, emanaba de la actitud, de las risas y de todos lados. Por la noche la aglomeración y la larga jornada bajo el sol generó también en nosotros el hedor humano pero a nadie le importó.

Unas tres horas antes del concierto aparecieron por ahí dos periodistas españoles que preguntaban a sus entrevistados qué significaba estar en ese concierto.

La pregunta se la hicieron a un grupo de cuatro cubanos que fácilmente sobrepasaban los 50 años. Uno de ellos le dijo que era tan feliz como el día en que había nacido su hija, y su hija estaba ahí con él.

Había además otros grupos de cubanos donde lo mismo podías ver a un septuagenario y contemporáneo de Jagger acompañando (¿o acompañado?) de chavales que apenas si alcanzaban la mayoría de edad.

Había argentinos, españoles e ingleses, y claro que habíamos hartos mexicanos que no perdimos la oportunidad para exclamar, con manta, bandera y toda la cosa, un ¡Viva México, Cabrones!

En el concierto Jagger agradeció al pueblo cubano por el legado que musicalmente han dado al mundo.

Y sí, el son cubano y la trova cubana son un patrimonio que bien podría denominarse intangibles, pero que se pueden ver en cada curva de las mulatas y negras que hipnotizan cuando bailan en los cafés y las cantinas de la calle Obispo, en el malecón o en las calles que se erigen derruidas en los barrios sucios y orinados, en los pasos de los negros y mulatos que secundan a las mujeres cubanas para formar el complemento deseado de todo legado cultural: es casi perfecto.

El rock en Cuba es el son

La noche del 26, un día después del concierto, llegamos a un barrio a las afueras del centro, justo atrás del Gran Teatro donde Obama había dado un discurso días antes.

Era tan baile de barrio que solo había unas bocinas de estéreo en la calle que me recordó a las historias que se cuentan de los inicios de La Changa en la Ciudad de México. Sin conocernos previamente nos recibió El Moro, un cuarentón que presumía su encarcelamiento N cantidad de veces por el régimen. A saber.

Rodrigo, quien lo acompañaba, nos presentó a sus amigas que querían encandilar a todo extranjero que cayera en los encantos de sus caderas de Medusa.

Era un baile de barrio, “de pobres” nos decía El Moro. Ya bailaban salsa, son cubano y para desmerito de muchos reggaetón, pero al final poco importa si se trata de hacer esos cadenciosos meneos. Si bailan un día de éstos música celta, los cubanos y las cubanas serán igualmente un refugio y manantial del arte escénico.

Bebimos cerveza Cristal entre la rumba interracial que se aventaban algunos gringos y gringas con cubanos y cubanas hasta que terminó la juerga a las 12 de la noche.

Pero después de esa hora, que es el límite que les da el gobierno para el bailongo, seguíamos ahí pero sin baile, sin cubanas y hablando acerca del rock, la política y la mala trova de Silvio que es yerno de Raúl Castro y que no le protesta al régimen porque es parte del régimen, y que por eso el pueblo prefiere a Pablito, que además es negro y no blanco como aquél. Esas eran las aseveraciones de El Moro y compañía.

En la isla se vive feliz

Oficialmente hubo medio millón en el concierto de los Rolling. Hubo quien dijo que fue un millón de personas. Salir del concierto fue una aventura. Casi a la media noche del 25 de marzo un mar de gente partía de Ciudad Deportiva, donde fue el apoteósico tokín, cansado y hambriento y preguntándose cómo va a regresar al centro de la ciudad a dormir.

Caminamos con los pies adolecidos por tantas horas de andar y estar parados en el concierto y con las espaldas rotas por tantas horas sentados previo al show, y con un ligero grado de deshidratación porque muchos preferimos no tomar agua para no requerir baños pues no había en el concierto, salvo si eras invitado VIP porque también los hubo.

La última canción que tocaron fue Satisfaction. La emblemática canción la escribieron para protestar contra el estilo de vida que en el siglo pasado empujó el capitalismo y que permanece hasta nuestros días.

Vi la algarabía que sucedió cuando sonó esa rola, La Rola. Se mezclaba la alegría de tener a los Rolling en un concierto mágico y súper producido, con un sentimiento de eso: insatisfacción.

Esa es La Rola que resume lo que pasa en Cuba y que me lo dijo en otras palabras Antonio, de quien ya hablamos arriba, al siguiente día: la gente es feliz, es alegre, pero no está satisfecha.

Y tan alegre es que apenas unos minutos después de haber finalizado el concierto, grupos de jóvenes cubanos avanzaban a pie y dejaban el rockandroll atrás para dar paso a los cánticos y bailes cubanos, tan rítmicos e improvisados que los jamings del jazz les podrían aprender algo.

Llegamos a la casa donde nos quedábamos en la calle Curazao, en La Habana Vieja, en un automóvil particular cuyo dueño esa noche se la jugó y la hizo de taxi viejo.

El tiro le salió bien, aplicó de transportista una noche, nos cobró como si viajáramos por calles de Alemania y hasta se dio el lujo de dejarnos dos esquinas antes de nuestro destino.

A todo el que realiza alguna actividad sin estar autorizada por el gobierno cubano le va una multita por ahí; Antonio que vende ropa que le cae de afuera del país lo sabe.

Al siguiente día del atorón que nos dio el taxi underground, Antonio nos explicó que es una forma de subsistir de los cubanos que, como hemos dicho, quieren una economía más capitalista pero revolucionaria a la vez.

Por eso se la juegan haciendo negocios fuera de la ley, algo que en México conocemos como economía informal. Por eso las cajas de habanos que suelen costar en las fábricas de puros unos 300 o 400 CUC se pueden encontrar en el contrabando en 25 o 30 o 35, según si el comprador es latino, norteamericano o europeo.

Así pudimos comprar un paquete en 25 CUC. Un CUC equivalía en 2016 a 19 pesos mexicanos y unos centavos poco más, casi mismo que un euro o un dólar estadounidense.

Los cubanos son mexicanos

Después de dejar el día 26 de marzo atrás, también nos alejamos del barrio de El Moro y Rodrigo para seguir la fiesta. Ya era el día 27 y había que festejar un cumpleaños que acababa de anunciarse pasada la media noche.

A eso de la 1 de la madrugada no hay mucho que hacer en Cuba, salvo beber en alguna tienda de horario nocturno. Así que nos estacionamos en una esquina a comprar Bucanero y un “tiradito” que es un ron que en el nombre lleva la penitencia y te pone como se llama.

Ese trago se empaca en una cajita de cartón como las lechitas Lala. Arde la boca peor que Astringosol si quieres echarte un buen buche.

En eso estábamos Erika, Under y yo, celebrando un cumpleaños en alguna calle de La Habana cuando llegó la banda de “El Filo”: “El Filósofo”, un rastaman tan afable como cubano.

Iba con un tal James, también rastaman pero colombiano, y otros bien cubanos pero no rastamanes, entre ellos Mike y El Chino y dos chicas de cuyos nombres no me acuerdo pero que les sobraban de ritmo lo que les faltaba de plática.

Después de unas fumadas de habano, unos “tiraditos” de esquina y unos “mucho gusto en conocerte”, “hermano latinoamericano” y otros cumplidos, caminamos a casa de Mike.

El Chino es un chico que ese año tenía 26, historiador que se especializó en las culturas maya, azteca e incas. A él ni le gustan “Los Rolling”, y le da lo mismo Milanés o Silvio, y lejos estuvo de mencionarme a Compay o Ibrahim.

A El Chino en realidad le gusta poco la música cubana, si hubiera un cubanómetro que midiera el gusto por la música cubano sí le ando ganando. Lo que a este joven le gusta, además del ron, claro está, son ¡Los Pumas!, sí los Pumas de la UNAM.

Pero eso no es todo, le gusta la música mexicana y especialmente Los Tigres del Norte. En casa de Mike entonamos juntos un par de canciones de los Tigers, que son algo así como “Los Rolling” de los norteños.

De hecho son contemporáneos, los mexicanos se hicieron como agrupación en 1968, apenas cuatro años después de que los ingleses habían grabado su primer álbum. ¿Cuál tendrá más discos de los dos? Pregunta de examen, querido lector.

En la borrachera El Chino deseó que los Tigres fueran también un día a Cuba como ya lo hicieron también Calle 13 y Juanes.

En las casas de Cuba es común que la gente escuche música mexicana, y según nos contaron en un museo al que fuimos al siguiente día del concierto, en algún tiempo atrás había una estación que todos los días tocaba Las Mañanitas y seguido de eso una hora de mariachi.

El Chino me dejó un número de celular al que nunca me pude enlazarme desde México; quedamos en hacer un viaje a Perú si le ayudaba a tramitar un permiso con el gobierno cubano. Si eso sucede en esta vida seguro lo invitaré a un partido de los poderosos Pumas. Aún está ese plan en la lista antes que nos lleve el coronavirus.

Antes de que abandonáramos la fiesta de cumpleaños improvisada en la casa de Mike llenos de ron y Bucanero que nos dejó atolondrados, El Chino me dijo que no piensa abandonar Cuba, cree en La Revolución, o creía en ese año de 2016, pero su sueño es salir de la isla para ver de cerca las culturas que tanto aprecia, subir al santuario de Machu Pichu o pisar las escalinatas de la Pirámide del Sol: rolar un rato la vida y por un tiempo marcharse bien, bien lejos, like a Rolling Stone.

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